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YO SOY TU JUSTICIA, ESCENA 1

Foto del escritor: Elena Nicoleta BusoiuElena Nicoleta Busoiu

Una noche más en el club dejando ir mi corazón en los acordes de mi guitarra, fundiendo el sonido con mis emociones completamente desbocadas. Sin control y ya sin la más mínima consciencia de mi misma. Mi guitarra y yo somos lo único que queda en el mundo. Furia, frustración y decepción es lo que mi melodía grita desesperadamente al entonar pesados acordes. Él no ha venido esta noche.

Es casi como si se hubiera convertido en una imperiosa necesidad sentir su mirada grisácea sobre mí. Intentando traspasarme para conocer hasta mi más preciado secreto. Desde hace dos meses la sombra sigilosa que asiste a mis conciertos no ha cambiado sus costumbres. Siempre es lo mismo. Los mismos ropajes oscuros y ceñidos que confunden su figura entre la multitud. Entra discretamente cuando subo a la pequeña plataforma, casi como si espera ese momento para ingresar. Se sienta en la barra. Pide una bebida sin alcohol y posa su penetrante mirada en mí, incitándome a darle mi mejor actuación.

La primera vez que nuestras miradas se cruzaron había burla en sus ojos. Eso me enfureció. El que se mofara sin siquiera conocerme me daba una enorme ventaja. Así que decidí mostrarle que no debía retarme. Con la música podía dominarlo, jugar con sus sentimientos hasta que cayera rendido ante mi destreza.

Había decidido comenzar con un solo lento y pesado. Lo volví a contemplar. En su rostro había escrito un lo sabía.

No tenía pensado dejarlo disfrutar demasiado de sus conjeturas. Fue entonces que decidí elevar el ritmo hasta los cielos combinándolo con mis mejores movimientos. La sorpresa en su gesto fue mayúscula. No se lo esperaba y la verdad yo tampoco. Era la primera vez que sentía tanta emoción. La necesidad de lucirme hervía en mi corazón. No quería que cesara su asombro así que lo mantuve en crescendo hasta que el ritmo me arrodilló sobre la pequeña plataforma. Estaba falta de aliento pero sin voluntad de detenerme. Lo contemplaba altiva en cada momento, sin mostrarle mi flaqueza. Fue ahí que se rindió y su máscara cayó. Había ganado su respeto.

Esa noche fue la primera vez que simplemente me dejaba llevar sobre el escenario. La primera vez que componía en vivo una canción. La ovación de los presentes hacía cimbrar el suelo con euforia. Él me brindó su aprobación y un corto aplauso. Lo tomé, solo por entonces. Por su gesto, sabía que nos volveríamos a ver.

Terminé la melodía con un solo brusco. Sin contemplaciones. Le advertí con ello que no tengo miramientos hacia los que me enfrentan. Con esa acción logré que su mirada de admiración brillara aún más.

Esa noche había tocado únicamente para él. Sin embargo realmente cuestiono que fuera la ganadora de nuestro pequeño juego. Obtuve su respeto. Pero él se robó mi atención. Sus ropajes oscuros escondían su figura delgada y a la vez ensalzaban su belleza natural, incluso hipnótica, me atrevería a decir.

Había entrado con las manos enfundadas en los bolsillos. Vestía unos pantalones de cuero, bastante ceñidos desde mi punto de vista. En la parte superior llevaba una camiseta de tirantes, igualmente negra. En el cuello tenía una cadena de plata que sostenía un crucifijo con un rubí incrustado. Pero lo que más llamaba la atención era su cabello dorado. Destacaba en la multitud como ningún otro. Liso y escalonado con volumen rebelde en la coronilla, además tenía una extraña combinación entre mechas de luz y el negro más profundo que a partir de sus cejas dejaban paso a su color natural. También tenía algunas puntas onduladas que sobresalían de su peculiar y elegante peinado. Todo un modelo, de no ser por las gafas rectangulares que le daban un aire de chico estudioso. Desde entonces poco ha cambiado en él. La semana pasada, cuando lo vi por última vez, llevaba por encima una blusa de lana negra que dejaba al entrever sus delgados y pálidos hombros.

No he podido dejar de prestarle atención desde aquella noche de verano. Cada vez que entro a tocar ansío verlo. Espero evocar su presencia con los primeros acordes y alargar su estadía hasta los últimos, pues siempre desaparece al final. A veces he llegado a pensar que es un espíritu que tan solo puedo contemplar al comenzar de una melodía. Pero no, no siempre aparece.

Esta noche que mi corazón late impaciente y dispuesto a descargar la presión, él no está. Su mirada grisácea no brilla satisfecha al fondo. El gris y el verde no están bailando su acostumbrada danza. Estoy segura de que lo habría disfrutado. Siempre logro que sonría cuando mi fervor domina la música y mis movimientos.

Pensé que teníamos un contrato no escrito. Yo toco para él y a cambio recibo su discreta ovación, mas parece que hoy no hay recompensa especial para mí. Esto añade más pesadez y frustración a mi melodía, pero también más soledad. Toco, liberándolo todo. Es como un ritual. Mi particular forma de combatir a mis demonios. No obstante, es un ritual incompleto sin su hipnótica presencia.

Echo un último vistazo a la audiencia para cerciorarme de su ausencia y así finalmente acabar. No tiene sentido alargarlo más. Es como si el vacío invadiera cada parte de mi ser y la pasión se hubiera desvanecido de mis venas. Solo queda la frialdad. Termino la melodía con un pesado acorde que parece vibrar en la audiencia enmudecida.

Doy una ligera reverencia al público como muestra de agradecimiento, los aplausos no se hacen esperar.

Desconecto la guitarra del amplificador y la guardo en su estuche. No hay mucho que recordar de esta noche.

Es tiempo de volver a la vida real y enfrentar los casos que probablemente no podré resolver. Solo puedo recordar la cara de decepción de jefe. Todos hemos trabajado muy duro para sacar los casos adelante, pero no hemos podido. No hemos encontrado pruebas. Los sospechosos siguen libres y continuando con sus vidas. Solo tenemos conjeturas, y es muy frustrante. Probablemente tendremos que renunciar.

Hablando de trabajo, el móvil comienza a vibrar en mi bolsillo. Un viernes a las 23:55 solo puede ser del trabajo. Seguro será otro asesinato a puerta cerrada. Contesto.

—Tenemos un 10—89 en el One World Freedom Center. Preséntese inmediatamente agente Law.

¿Un código de bomba en uno de los edificios más seguro de los Estados Libres? El mundo está enloqueciendo y a mí me lleva con él. Llevo mucha frustración e impotencia acumulada. Desde hace dos meses no hago más que ver como se me escapan los sospechosos y los crímenes siguen sucediéndose. Necesito resolver aunque sea un caso. Volver a ser la que era antes de este asesino. Quienquiera que esté detrás de esto se tragará mis demonios de esta noche.

Rápidamente llego al aparcamiento, quito la alarma. Mi amada Melody, me contesta con un pequeño pitido que dispersa un poco las nubes de mi tormenta. Un hermoso halcón eléctrico cuyas capacidades en verdad impresionan. Velocidad y fuerza combinadas con maestría en un armonioso diseño minimalista. Al exterior predomina el rojo y en el interior el blanco y el negro. Representa el rival más temido por los criminales y mi más fiel camarada en la carretera.

La escaneo rápido con el teléfono para detectar algún rastreador o alguna bomba que pueda impedirnos cumplir con la misión de esta noche. El escaneo da negativo. Me subo y piso el pedal del freno para ponerla en marcha. Al instante me da la bienvenida. Como es de esperarse, silenciosa cual gato, obedece mis comandos. Estar al volante es siempre una dicha combinada con adrenalina. Con ella soy invencible. No dejaremos que nos vuelva a adelantar.

—Esta es nuestra noche cariño, no volveremos con las manos vacías.

Pronuncio esperanzada mientras acaricio el volante. Realmente necesito quitarme esta sensación de fracaso de la piel. Acelero y enciendo la sirena. Las luces rojas y azules se proyectan a los alrededores del coche desde la cabina, los faros y el marco contiene su logo, muy similar a una espada nórdica.

En cuestión de minutos llegamos al enorme edificio de cristal y acero donde mis compañeros me esperan con el informe.



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